Dentro de los planes y propósitos habituales del inicio de cada nuevo año, viene siendo habitual que aparezca entre los primeros la lectura de un mínimo de libros anual (entre novelas, ensayos, etc.) en formato papel. Para cuantificar y cualificar estas lecturas he decidido ir escribiendo una suerte de reseñas acerca de estas lecturas. Pero lo que me propongo, más que un análisis de los contenidos o del estilo de las novelas, es fijar mediante textos, diagramas,… algunos aspectos de la historia que, por diversas razones, me parecen sugerentes y podrían ser retomados en un futuro en otros contextos.
Así pues, para empezar, utilizaremos dos obras: el libro El Congreso de Futurología del escritor polaco Stanislaw Lem y la película El Congreso, del director israelí Ari Folman, la cual es una adaptación libre y peculiar de la novela. Ambas plantean como eje de la historia la asistencia del personaje protagonista al Congreso de Futurología, donde reputados expertos tratarán de encontrar soluciones al futuro de la humanidad desde la catástrofe urbanística hasta la catástrofe política, pasando por todas las demás en un mundo hiperpoblado y desquiciado. La acción se desarrolla en un escenario difuso (el congreso se celebra en el Hilton de Nounas, capital de Costarricania) en una época futura, en un mundo en el que las revueltas sociales son constantes y donde el uso de compuestos químicos como aditivo para controlar distintos aspectos de la sociedad está en plena expansión.
El primero de los puntos que quiero destacar es precisamente la variación del personaje protagonista que implica una modificación del contexto: mientras que en la novela el protagonista es Ijon Tichy un, aventurero, astronauta y científico invitado al congreso por un futurólogo amigo suyo, en un entorno marcado por el auge de la astronáutica (con viajes espaciales como forma de evadirse de los problemas terrestres) y evoluciones tecnológicas y sociales aceleradas, en la película el contexto se desplaza al mundo del cine, y más concretamente al control del entretenimiento ejercido por las grandes industrias. Aquí, en una fascinante primera parte, con una increíble secuencia inicial de metacine, la protagonista es Robin Wright Penn (que se interpreta a sí misma) y se nos muestra como una actriz en decadencia que no ha tomado buenas decisiones a la hora de elegir sus papeles y se encuentra ante la última oportunidad para corregir sus errores pasados y que su nombre permanezca en cartel. No comentaré en qué consiste esta oportunidad porque la secuencia que sigue es, en mi opinión, una de las mejores secuencias del cine de los últimos tiempo y para llegar hasta ella la mejor forma es que sea de la mano de la propia actriz, de la propia película.
El orden temporal de la historia es algo intrincado, a lo cual ayuda el carácter onírico del relato, pero se podría articular en torno a tres elipsis principales. La segunda parte de la trama se sitúa en el futuro y gira de nuevo en torno al congreso de futurología. En esta nueva etapa la historia comienza a tomar un tono más inquietante, alucinatorio y ambiguo y se comienza a definir la psiquímica, ciencia que interfiere en los procesos mentales y la percepción de la realidad y que va aglutinando progresivamente las experiencias del ser humano:
La noción fundamental ahora es la psiquímica. Vivimos en la psivilización. La palabra «psíquica» dejo de existir; ahora se habla de la psiquímica. La computadora manifestó que la humanidad se vio desgarrada por las contradicciones del antiguo cerebro, heredado de los animales, y el nuevo cerebro. El antiguo es impulsivo, irracional, egótico y muy encarnizado. El antiguo tiraba hacia allá, el nuevo hacia aquí. Aun tengo dificultades en cuanto a preconizar las cosas muy complicadas. Pues lo viejo aún se contenía en lo nuevo. Se trata de lo nuevo con lo viejo. La psiquímica liquidó aquellas luchas intestinas que tanta energía mental despilfarraban en balde.
En este nuevo «estado de las cosas», redactado en forma de diario (en la novela) tiene momentos muy variopintos y sugerentes, relacionados con los nuevos usos, lenguaje, tecnología, etc. Entre ellos destacamos dos que no aparecen en la película pero tienen sus equivalencias en ella. El primero ocurre durante la incansable búsqueda de información del protagonista para tratar de comprender la nueva situación que está viviendo. Durante esta exploración encuentra el siguiente libro: La historia inteléctrica, y descubre:
En mi época nadie podía imaginar que las máquinas calculadoras, al rebasar un determinado nivel de inteligencia, se vuelven engañosas dado que junto con la comprensión adquieren la astucia. Eso lleva un nombre muy sabio: el manual se refiere a la regla de Chapelier o ley de la más mínima resistencia. Una máquina obtusa, incapaz de reflexionar, hace todo cuanto se le ordena. Pero la máquina inteligente comienza por analizar lo que mejor le conviene: solventar el problema que se le ha confiado o echarse a dormir. (…) Así se explican las desviaciones y las vacilaciones e igualmente el singular fenómeno del sincretismo. El sincretismo es el cerebro electrónico que simula la idiotez para que lo dejen en paz. De golpe me di cuenta de lo que eso disimula: sencillamente fingen que no tienen defecto, o quizá al revés.
Y posteriormente la conversación mantenida entre un desorientado Ijon Tichy y su amigo, el profesor Trottelreiner, quien intenta explicarle la nueva situación en la que se encuentra y su nueva línea de investigación dentro de la futurología:
– ¿Querrá decir futurólogo?
– No, pues ese nombre significa ahora otra cosa. El futurólogo elabora los profutos (los pronósticos), mientras que yo me ocupo de la teoría. Se trata de una rama totalmente nueva que en mis tiempos se deconocía. Pudiéramos darle el nombre de previsión del futuro idiomático o pronóstico lingüístico.
– Jamás oí hablar de ello. ¿De qué se trata realmente? (…)
– La futurología idiomática es la que investiga el futuro a través de las posibilidades de transformación de la lengua (…) El hombre solamente es capaz de asimilar lo que comprende y, por ende, solo puede concebir lo que es posible expresar. Lo inexpresado es lo incomprendido. Al analizar las etapas posteriores de la evolución de un idioma, llegamos a saber qué clase de descubrimientos, de transformaciones y costumbres revolucionarias dicho idioma será capaz de encarnar.
Como ya he dicho, no dejan de ser apuntes parciales, ya que tanto novela como película contienen reflexiones, situaciones y peripecias que podrían ser comentadas y suscitar los más acalorados debates. Así que, si os animáis a descubrir estas obras, nos vemos por los comentarios.